ARTÍCULO DE USUARIO: Las zapas, los garrulos y yo

ARTÍCULO DE USUARIO: Las zapas, los garrulos y yo

de Noticias Recon

21 abril 2021

Por Mongrel87, co-anfitrión del podcast BDSM: Reimagined

Cuando entré en la adolescencia, y empecé a tener sentimientos de carácter sexual, pensé que era de sentido común utilizar los zapatos del colegio para pajearme – a ver, ¡era lo más parecido a una vagina que podía encontrar! Tenía una cavidad cálida que parecía tener el tamaño apropiado para un pene; tenía un tacto determinado – lo podía agarrar o hacerlo subir y bajar; ¡y era perfecto para recoger todo lo que salía! Para alguien de 12 años, ya estaba, era todo lo que me hacía falta. No obstante, con el paso de los años me acabé dando cuenta de que estaba asociando este objeto con ''hacer el amor''. Los zapatos quedaron ligados para siempre a mi idea del placer. De hecho, se estaban convirtiendo en objetos concentrados de lo que es el placer. En mi opinión es obvio que las cosas hacia las que nos sentimos atraídos – las caras, los colores, los movimientos que nos excitan – se encuentran sobre todo en las partes inconscientes más primarias de nuestro circuito neuronal. Estos sistemas neurasténicos, término acuñado por el neurólogo Semir Zeki, puede ayudarnos a explicar por qué nos atraen las cosas que encontramos atractivas. Por eso, en lo que se refiere a la atracción, básicamente somos animales por naturaleza.

Cuando veo zapas cerca de mí en las calles o en mi armario, sus curvas, sus colores, las bandas y el aspecto llegan a mi cerebro, y excitan mis intereses reproductores. Después de todo, aparecieron en el punto culmen de mis necesidades sexuales de adolescente cuando me estaba desarrollando. Y desde luego que esto no se reduce solo a las zapas. Esto explica muchos fetichismos: por qué te atrae la nariz grande de ese hombre, las mejillas sonrosadas de esa mujer, sus calcetines blancos hasta el tobillo, su olor corporal, la forma de sus manos, la forma de su culo, su barba, o el tamaño de sus pestañas. Es una promesa que asegura que van a proporcionar virilidad, o cualquier otra particularidad que según tú represente la virilidad. Pero no somos así de sencillos. Somos criaturas culturales por lo que hay varios estratos culturales que debemos tener en cuenta.

No se trata solo de las zapas, en mi caso, ya que son objetos que emiten una combinación excitante de colores y patrones, sino que también están incluidas las condiciones culturales en las que ellas, y yo mismo, hemos sido creados. Muchas veces me acuerdo de los chicos populares del instituto que llevaban la ropa y el calzado que para mí simbolizaban varias cosas, pero sobre todo su fuerza, su poder, su estatus. Los chicos que llevaban zapas Nike y botas Adidas estaban seguros de sí mismos y destacaban; los deportistas que llevaban la gorra al revés y las camisetas de tirantes blancas eran atléticos, fuertes, musculosos; y los que llevaban los calcetines por encima del borde de los pantalones eran atrevidos, arriesgados, no tenían miedo a nada. Todo lo contrario a lo que era yo con 15 años. Era tímido. Rarito. Sensible. Demasiado meticuloso. Y mi estilo, o mi falta de estilo, dejaba todo esto muy claro.

Durante esos años en lo que me impresionaba todo, mi gusto por las zapas se convirtió en algo que investigué más, y por lo tanto, algo que refiné más también. Al ver miles de zapas todos los días, de forma inconsciente vinculé los estímulos sensoriales que representaban para mí con las cualidades de los hombres que las llevaban puestas. ¿Pero qué tipo de hombre o de zapato me excitaba más? ¿Y por qué? ¿Lo que me atraía en el mundo simplificado y escalofriante de un adolescente era un hombre de clase trabajadora con las botas que usa en las obras, y que parecía prometer darte una seguridad bruta? ¿O era el ejecutivo con su traje y sus zapatos de cuero negro, que aseguraba seguridad financiera e intelectual? No, era algo mucho más profundo que todo eso: el tipo de hombre que me atraía era el garrulo.

El garrulo no solo emite esa seguridad en sí mismo, esa actitud de no tener preocupaciones y de conseguir todo lo que quiere, sino que ese es su estilo de vida. (Bueno, al menos en el mundo de Instagram al que cada vez estoy más expuesto en internet. De hecho, las apps como Instagram me permiten ver otras interpretaciones, otras verdades de los garrulos – los individuos amables y normales que me niego a creer que existan). Sí, me empeño en eso, para mí, el garrulo es ese chico adolescente del instituto que no tiene miedo a nada. Es el que se arriesgaba, se enfrentaba a la autoridad y conocía sus sentimientos y sus deseos. No se planteaba las cosas. Mientras que yo siempre me lo plateaba todo. Mi dolor vivía dentro de mi autoestima. Iba incluido dentro de mi propia actitud ante la vida. Y de mi temor ante ella. Todas esas emociones importantes que recorrían el interior de mi ser todos los días; esos pensamientos con los bordes afilados que me trasportaban a otras fantasías alejadas del presente; el conocimiento doloroso de un mundo decadente en llamas. Era consciente de todo esto. Y solo el garrulo parecía ser el único que se quedaba de pie ante todo esto, inmutable. No gracias al dinero o a la fuerza, sino gracias a una profunda confianza en sí mismo que le permitía ser siempre la misma persona estuviese donde estuviese. Podía hacer y ponerse lo que quisiese y cuando quisiese. O actuar conforme a sus propios valores con sus amigos y en público. Representa la misma persona que no tiene vergüenza allá donde vaya (sería importante puntualizar aquí que esta idealización podría ser sustituida por cualquier otro personaje arquetípico, ya sea un culturista, el profesor sabio, una figura de autoridad, etc).

La forma en que yo me imagino a los garrulos se ha transmitido a la ropa que se ponen. El hecho de ver a un garrulo con todo su look, con sus Nike Air 97s, es como una promesa hecha a mi psicología primitiva acerca de la libertad frente los obstáculos existencialistas que me ponía a mí mismo (y que en mayor o menor medida me seguiré imponiendo siempre). Cada una de las prendas que lleva está impregnada de los comportamientos inequívocos que exhiben. Follarme las zapas que se ponen ellos, ponerme el look que llevan ellos, venerar los calcetines que tienen, todo eso es una manera de formar parte de su proyecto de inmortalidad. Un proyecto que promete una conexión con algo divino, la libertad de no estar atado a la vida ordinaria, la libertad de la vida profana. El garrulo, el culturista, el dominante, y el ejecutivo son símbolos de este poder superior, de una seguridad infinita, según mi psicología primitiva. Lo que son y lo que tienen se asimila con elementos que representan una solución a mis errores personales y a los problemas del mundo. El garrulo, o su ropa, se convierte en el refugio de todas mis preocupaciones y dudas. Son todo lo que yo no soy y todo lo que esperaba ser para escapar de mis creencias de adolescente, que eran muy limitadas, pero aún así, reales. A nivel intelectual en la vida adulta, está claro que nada de esto es cierto. Pero estamos hablando de sexo. Y el sexo no tiene nada que ver con el sentido común

A nivel social, si hay algo que los garrulos me han enseñado, es lo increíblemente explícita que es esa comunidad. Sabes perfectamente cuando estás viendo a un garrulo, mucho más que cualquiera de las otras ''tribus'' a las que estamos expuestos. Bueno, también los reconoces cuando ves a un oso, a una musculoca. Al igual que los garrulos, utilizan expresiones concentradas del lenguaje primitivo que señalan ideas que nos excitan, y que puede que no percibas cuando veas a una persona vestida de rubber, de cuero, que le guste el gunge o las sondas. Estas comunidades están ocultas en privado bajo un ''aspecto normal'', y no siempre dejan ver su tribu inmediatamente. Lo que los garrulos y los cachas llevan puesto es un ticket que les permite obtener la entrada a un club y a su club al mismo tiempo. Tienen su propio idioma, sus propias reglas y valores. Valores correctos o incorrectos, no importa…forman un grupo.

Con la difuminación cada vez más acusada de las líneas que diferencian las clases sociales, el número creciente de estructuras sociales a las que pertenecemos incluye un marcado individualismo, y la ''tribu'' que cría a un niño cada vez es menos importante, por eso necesitamos más que nunca modelos de rol claros e información sobre la comunidad. No es una simple opinión, es biología pura. En la comunidad es donde funcionamos mejor. Funcionamos mejor en un ambiente al que sentimos que pertenecemos. Especialmente en esa época vulnerable de la adolescencia, en la que nuestra visión del mundo se está construyendo a través de historias simples – buscamos un grupo con el que conectar. Imitamos su código al ponernos el mismo tipo de ropa y al oír la misma música. Todo con la finalidad de formar un grupo. No obstante, en la uni y después de la uni, esos grupos ''superficiales'' aunque importantes, desaparecen al empezar a ponernos todos la misma ropa de oficina y al comportarnos de la misma forma, independientemente de nuestros deseos e intereses personales. De ninguna manera es la intención de este artículo ser una llamada a la rebelión; la uniformidad nos ha traído muchos beneficios en general. Más bien, estoy aquí intentando ilustrar cómo mis propios deseos y necesidades personales han mutado en medio de todo este panorama.

Entonces, ¿dónde me deja todo eso, a mis 33 años de edad? ¿Estoy persiguiendo desesperadamente a garrulos jóvenes, intentando encontrar una paz temporal alejado de mis aflicciones existencialistas? No. Bueno, en algunos aspectos sí. Por ejemplo, he empezado a llevar la ropa y las zapas que se ponen ellos. Para la mayoría de la gente, puede que esto sea extraño y arbitrario, pero tened en cuenta que estamos hablando de la evolución de algo que tiene una naturaleza muy animal. Para un niño pequeño, es un momento extraordinario el hecho de ponerse ropa, o utilizar palabras o actuar siguiendo los modelos de rol de su tribu. Representa una transición. Sin embargo, en mi caso, una transición que está un poco atrasada. Después de todo, soy sumiso y pienso que nunca podré alcanzar el nivel de esas asociaciones primitivas del poder que, por alguna razón, he asignado a los hombres dominantes con la estética de garrulo. En mi caso, lo único que hago es fingir. El calzado y las prendas que me pongo me excitan, pero no soy yo – o un poco sí, aunque no completamente. Me pongo ropa que tiene una herencia cultural que yo no contribuí a formar. Menos mal que, mi conocimiento de estas dinámicas, me libera de todo eso. He aceptado lo que me excita y he conseguido que el cariño sea mutuo. Estoy muy agradecido del gran grupo de gente que, como yo, están publicando fotos de sus looks y sus zapas, con calcetines blancos y con los pies desnudos. Y me siento orgulloso y privilegiado de tener un mundo sexual interno tan rico gracias a todo esto.

Mongrel87 es el co-anfitrión de un nuevo podcast, BDSM Reimagined, que se centra en los aspectos del morbo y de la sexualidad. Lo podéis encontrar en las plataformas de podcasts más importantes o a través del enlace de abajo.

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