BYRONICPUNK: Oda a lo asqueroso

BYRONICPUNK: Oda a lo asqueroso

de Noticias Recon

05 octubre 2020

Danny Thanh Nguyen, alias ByronicPunk, es famoso por su habilidad con los látigos y las palas de azotar, también es conocido como escritor de ficción y de historias reales. En la actualidad está trabajando en un libro sobre el morbo, la supervivencia y los paralelismos entre la comunidad fetichistas y los refugiados. En este artículo, Danny comparte con nosotros la alegría y el sentimiento de comunidad que puede surgir del hecho de aceptar y disfrutar de los aspectos del fetichismo que puede que otros consideren asquerosos.

"¿Has oído hablar del Fist Fest?"

Eso es lo que me dijo mi amiga Denay cuando volvíamos en coche a su piso. Estaba hablando de un descubrimiento que había hecho hace poco durante un episodio de The Howard Stern Show: un encuentro anual de hombres a los que les gusta meterse la mano por el culo los unos a otros, como si fuesen marionetas hechas con calcetines.

Íbamos en coche por el puente entre San Francisco y Oakland a la 1 de la mañana y las luces que cuelgan del puente nos pasaban por encima de la cabeza como si fuesen olas al cruzar la bahía. Yo ya tenía algunos buenos amigos entre los organizadores del Fist Fest y hasta había posado para el poster publicitario en 2011, sin embargo, no le dije nada a Denay y le insistí en que hiciese los sonidos de ese festival. Me di cuenta de la risa incómoda que le salía con cada uno de los gestos de dolor, mientras los altavoces llenaban el coche con los sonidos de hombres gimiendo y de J-lube escurriendo como si fuera un bote de mahonesa.

He tenido una gran tolerancia hacia todo lo que es grotesco desde que era niño. Como la mayoría de los tíos gays, fui un niño de mamá, un niño afeminado y enclenque con el se metía la gente, aunque rápidamente aprendí que tener una sensibilidad mórbida me protegía de los abusones, que se limitaban a insultarme porque les daba miedo pegarme. Me consideraron como si fuese una bruja cuando, en segundo de primaria, di una presentación de un proyecto que había hecho yo sobre el cráneo de una ardilla que había encontrado en el parque. Cuando el profesor me pidió que diese ejemplos de héroes mitológicos y yo respondí Jason Vorhees – el villano de películas de terror que decapitaba a la gente con un machete mientras llevaba puesta una máscara de hockey – me acusaron de ser un psicópata sin ningún tipo de empatía, cuando yo simplemente quería ser asqueroso y repugnante.

Tener la habilidad de sentirme cómodo con lo que otros no soportaban era una fuente de poder, algo que acabé valorando de adulto. Creo que tenía veintiún años cuando de forma accidental me acerqué a la oreja de mi novio, con la intención de susurrar algo sexy mientras estábamos en plenos prolegómenos, y de repente me apartó.

"¡Nada de ruidos húmedos!" me dijo David, alejándose de mí.

Se metió la punta del dedo meñique en el oído como si estuviese intentando sacárselo se la memoria. Parece ser que mi pronunciación de esas palabras con la lengua húmeda tenía la insoportable calidad sonora de quien mastica queso crema.

No me atraen especialmente los sonidos húmedos, pero me gusta torturar a mis amantes. Ya que nada es tan satisfactorio para el alma como probar la elasticidad del amor, haciendo repetidas veces algo que no le guste a tu pareja. Por lo que, cuando David me advirtió de sus reacciones alérgicas, no puede resistirme y lo encontré hasta casi erótico. Lo que le daba asco, a mí me encantaba, y le seguí haciendo sonidos mojados dentro de su oreja durante toda nuestra relación y durante nuestro matrimonio. Aunque al final consiguió escaparse, gracias al divorcio, quiero creer que es algo que le sigue atemorizando en sus sueños.

Aunque sea más bien dominante cuando hago rollo bondage y S&M, me doy cuenta de que mi verdadero sadismo tiene poco que ver con látigos o con cadenas, sino que, tiene una naturaleza más social, se manifiesta en el placer de ver cómo la gente que realmente me importa se avergüenza en situaciones incómodas. Así es como muestro mi cariño: abusando un poco de los demás para mi propia diversión, o como me gusta llamarlo a mí abuso-diversión. Esta es la razón por la que, cuando mis amigos no fetichistas me piden que les explique qué es la cultura del cuero, no solo me encanta tener la oportunidad de explicárselo — sino que disfruto de las caras horrorizadas que ponen cuando me concentro en los detalles más escabrosos.

Una noche estaba cenando con mi hermana y su marido, y les estaba explicando que el domingo siguiente había un festival fetichista de verano llamado Up Your Alley, y les conté algunos detalles de las sesiones que me he montado en el pasado. Les expliqué cómo funciona todo en una fiesta en una mazmorra en la que el humo de los puros envolvía a varios humanos atados a cruces de San Andrés mientras iban ligeros de ropa y les azotaban, y después en la fiesta al aire libre se ponían hasta arriba de comida a la brasa y se echaban un montón de protector solar. Les transporté mentalmente a la pista de baile abarrotada de la fiesta de clausura, que estaba cubierta por una neblina de sudor de mamíferos humanos y del humo artificial. En ese momento, perfeccioné mi ilustración explicándoles cómo, para mí, el festival realmente empieza el jueves, cuando voy a la cena formal con código de ropa fetichista que está siempre llena y que es el verdadero pistoletazo de salida del fin de semana.

"Buffet libre de comida mexicana," dije, "porque un banquete de hombres vestido de cuero poniéndose hasta arriba de frijoles, queso, y guindillas es la preparación perfecta para una sesión de sexo anal."

"¡Eres asqueroso!" dijo mi hermana.

El sonido del grito que dio después y de la risa de su marido — fue como si me inyectasen energía y me hiciesen más fuerte.

Mis compañeros de trabajo me han acusado de ser un indecente, un ex me llamó obsceno, y mis amigos me consideran un tipo genial con el sentido del humor de un niño de seis años. No obstante, irónicamente, no me pone el rollo más guarro, en lo que se refiere a mis fetichismos reales. Me gusta más decir la palabra ''embadurnarse'' que el hecho de embadurnarme o cubrirme de alubias cocidas o de otro ungüento. Ni siquiera soy capaz de usar el emoticono de la caca en mis mensajes de texto, imaginaos, como para presentársela delante de la boca de mi pareja en la cama. Sin embargo, me atraen constantemente los aspectos obscenos del fetichismo, no sé muy bien por qué.

A menudo pienso en cuando eran más joven, en lo asustado que estaría de la persona en la que me he convertido; este hombre endurecido que está tan desensibilizado y que está aburrido de la conversación sobre orgías de cincuenta personas o de adultos mayorcitos retozando con máscaras de perro a cuatro patas con ganchos de acero dentro de sus culos. Recuerdo que me avergonzó mucho la primera fetichista que lo era abiertamente y que yo conocí en la uni, una mujer de mi grupo estudiantil marica que tendía a contar demasiadas cosas, como por ejemplo cuando anunciaba, "negarse al sexo anal es ser muy cerrado de miras, ¡es como quemar el libro Madame Bovary!"

Su analogía tan desmesurada me descolocó, al igual que la transparencia desnuda con la que hablaba de su sexualidad. Claro, me creó la imagen mental de un ojete bostezando como una planta carnívora sacada de Little Shop of Horror, pero sobre todo me hacía sentir incómodo porque yo era aficionado al bondage que estaba en el armario y ni siquiera podía reconocerlo, que era demasiado tímido hasta como para hablar de sexo, mucho menos de fetichismos. Finalmente me acabé sintiendo más cómodo, pero en esa época, me sentía enfermo y paralizado, y fuera de mi elemento.

Hay un puente que los maricas y los fetichistas tienen que cruzar: por un lado, está la vergüenza cultural cuando la sociedad no nos indica qué hacer con nuestros deseos, impidiéndonos tener intimidad con otros, pero sobre todo con nosotros mismos. Esa es la razón por la que al salir del armario y decir que somos gay o maricas, algunos de nosotros atravesamos una fase en la que explotamos en una exhibición de banderas del arco iris, convirtiendo todas las cosas maricas en armas para compensar el tiempo perdido en el armario. Sé que a mí me pasó eso. Y como la mayoría de los demás fetichistas, crecí sintiéndome como si fuese el único raro que era así en este mundo. Por lo que, una vez que acepté mis fetichismos, el hecho de hablar abiertamente de los detalles más fuertes empezó a parecer un acto político contra la tiranía del mundo puritano, y un acto de camaradería entre los otros raros y yo mismo.

Experimenté este compañerismo por primera vez en el CLAW, o Cleveland Leather Awareness Weekend—una quedada de cuero que suena menos como una especie de conferencia fetichista y más como una campaña de servicios públicos que centra la atención en una ciudad triste que ha tenido la desgracia de esta situada en Ohio. Fui a CLAW con un amigo al que le gusta el fisting y que, después de que nos diesen la habitación en el hotel, no perdió tiempo con el Showershot y fue directamente al baño. Un Showershot es una herramienta para hacerse una lavativa que está compuesto de un recipiente que recoge el agua de debajo de la alcachofa de la ducha, y que cuenta con una manguera larga y una boquilla que te insertas en el recto para limpiar el intestino por higiene, por educación con respecto a tus compañeros de juegos sexuales anales, o simplemente porque estás aburrido.

El último día del CLAW, pasé por dos habitaciones que estaban en el mismo pasillo, enfrente la una de la otra y que el servicio de habitaciones estaba arreglando, dos mujeres vestidas con uniformes de color gris, con dos carros llenos de sábanas y de botes de gel y champú barato. Una de las mujeres se quedó de pie en el dintel de la puerta de la habitación que estaba haciendo y se dirigió a su compañera que estaba al otro lado del pasillo.

"Jenny," dijo, "¿Esas cortinas de ducha están sucias también?"

Jenny, una chica morena de cara seria, endurecida por lo que parecían haber sido múltiples misiones en zonas de conflicto bélico, ni siquiera se molestó en mirar a la otra chica. Siguió doblando la ropa de cama en su carro y empezó a mover la cabeza. De hecho, Jenny ni se molestó en esperar a que saliese la última sílaba de la boca de su compañera; empezó a mover la cabeza cuando empezó a oír el sonido ''co'' de la palabra cortinas.

"Jenny," dijo, "¿Tus cortinas de ducha están sucias también?"

Y sin más ni más, Jenny afirmó fríamente: "Las acabo de quitar de la barra."

Los ojos de Jenny se mantuvieron inquebrantables, meditando y mirando a las sábanas que tenía en las manos — esas sábanas limpias. Estas sábanas limpias y desinfectadas con lejía. Estas sábanas limpias y desinfectadas con lejía que no tenían ni una mancha.

Así es como me di cuenta de cómo los que hacemos el cerdo en estos eventos nos convertimos en la pesadilla del personal del hotel. Fui corriendo y riéndome a dónde estaba mi amigo, ensayando la forma en la que me iba a burlar de él y de los que son como él por traumatizar a las limpiadoras con sus salpicaduras de comida a medio digerir. Pero en el ascensor, antes de llegar a verle, me di cuenta de otra cosa: pensé en el estado de la bañera. Había pasado los últimos cuatro días duchándome junto al recipiente y a la manguerita de mi amigo, pasando y rozándome con la bañera como si fuese una jungla de goma, sin pensar en cómo me había acostumbrado al olor de las zonas internas de mi amigo.

"¿En qué me he convertido?" me pregunte a mí mismo. ¿Quién es esta persona que habla de festivales de fisting sin problemas y de ruidos húmedos y de puppies humanos —cuya distinción de lo que es considerado normal se ha vuelto muy borrosa? He estado viviendo en esta granja tanto tiempo, que casi ni distingo el olor a porquera. No obstante, mi corazón se iluminó en ese momento, porque mi inmunidad a lo que sería obsceno para la mayoría también se ha convertido en una comprobación de mi empatía. Quizás esto es lo que significa encontrar el verdadero compañerismo: cuando te dan a oler el interior de una persona, ya sea, los intestinos o sus deseos, independientemente de si te gustan las mismas cosas o no, y eres capaz no solo de aceptarlo sino de aceptarlo con afecto. Quizás esto es lo que llamamos comunidad. Quizás esto es lo que llamamos intimidad. Cuando vemos a otro raro y nos preguntamos: ¿aceptas a esta persona, con todo lo que conlleva, durante el tiempo que compartáis este espacio?

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