BYRONICPUNK: Reflejos en la pantalla

BYRONICPUNK: Reflejos en la pantalla

de Noticias Recon

13 mayo 2020

Danny Thanh Nguyen, alias ByronicPunk, es muy conocido por su habilidad con los látigos y los utensilios para dar azotes, además de por su carrera como escritor de ficción y de no ficción. Actualmente está escribiendo un libro sobre el morbo, la supervivencia y los paralelismos entre la comunidad gay de cuero y los refugiados. En este artículo examina el Morbo en la Era del Coronavirus

Estamos en una vídeo llamada, Eric y yo, encerrados en nuestros respectivos apartamentos en San Francisco mientras yo estoy probando el pack de básicos para la cuarentena que me ha enviado. Está desnudo en la cama, aparece a través del cuadrado de luz que es mi iPad aunque estemos a solo a tres barrios de distancia. Estoy sobre mis sábanas rojas, con los juguetes que me llegaron por correo enfrente de mí: un bote de lubricante, cuatro botes de poppers que llegaron envueltos en plástico de burbujas y un dildo tan largo como mi antebrazo que aparentemente es de la talla S.

Eric tiene los mismos poppers en su casa, y abrimos juntos el primer bote. El bote largo y delgado sin etiquetas sisea al abrirlo, dando comienzo a una cata de las diferentes variedades. Sin contemplaciones el aroma se extiende por la habitación, inhalo los vapores, esa neblina empieza a flotar dentro de mi cráneo antes de llegar a mi garganta, para después asentarse en mis hombros y en mis muslos.

"Vas a sentir este más en tu cuerpo," me dice Eric. "A algunos tíos no les gusta porque no te da ese subidón en la cabeza apabullante, pero a mí me parece más sutil y está genial para relajarte cuando quieres hacer de pasivo." Parece que sea un catador, instruyéndome para que aprenda a apreciar el buqué de los aromas, la rotundidad en boca de esas uvas exprimidas en la bañera con esa combinación especial creada por el productor de esos elementos químicos.

Eric propuso esta sesión de entrenamiento porque, después de un mes y medio de aislamiento a causa de la pandemia de COVID-19, yo ya tenía miedo de perder mis recientemente aprendidas habilidades como pasivo. Nuestras dinámicas sexuales antes de esta crisis incluían que le pegase hasta que él acababa con magulladuras y con sangre, pero él tiene más experiencia que yo de pasivo. Le tengo envidia a él y a otros amigos que cuentan historias en las que los activos se los pasan entre ellos en las orgías de fin de semana, fardando de sus niveles de estamina y de cómo se adaptan a los diferentes tamaños y formas de los hombres con los que están. Por eso, durante los últimos dos años, he empezado lo que yo llamo "El Arte de ser pasivo" — y me niego a perder todo lo que he aprendido por culpa de esta cuarentena. Porque, al igual que el punto de cruz, ser un buen pasivo es un verdadero arte, y requiere práctica y perfeccionamiento. Es una forma diferente a través de la que conectas con tu cuerpo, no tiene nada que ver con cuando eres activo: entiendes tus parámetros y tus límites físicos, sabes cómo prepararte de forma física y mental, aprendes tus propias estrategias de higiene personal, confías en el proceso de dejar que algo entre dentro de ti sin que te haga daño, ordenando a tus músculos que se relajen o que se flexionen...

Nunca había tenido un dildo, mucho menos uno tan grande como el que saqué de la caja que me envió Eric. Me imagino que va a ser difícil que me entre, pero está claro que se puede lograr con el arsenal de poppers que tengo para persuadir a mi cuerpo y para que me obedezca. "Tú puedes," me digo a mí mismo en mi interior, centrándome igual que si fuese a levantar un montón de peso en el gimnasio haciendo peso muerto. Eric hace la cuenta atrás en la pantalla mientras inhalo una buena bocanada durante cinco segundos, después echo bien de lubricante en la escultura de silicona con venas esculpidas que tengo en mis manos y empiezo a metérmelo.

Sabes que las cosas están yendo mal cuando tu vídeo llamada en plan sexy se parece cada vez menos a PornHub y cada vez más a una comedia con payasos. Cuando el dildo que estás intentando meterte se escapa y se escurre como un pez tozudo — una imagen a la que más que la banda sonora de gemidos de placer, le iría mejor algo más en plan Benny Hill.

El asunto tiene menos que ver con el hecho de no haber practicado ser pasivo y tiene mucho que ver con la ventanita pequeña de la esquina de la pantalla que me muestra la imagen de mí mismo. Lo flipo por tener más de treinta años y no haber desarrollado más estas habilidades como pasivo, pero lo flipo aún más con lo mal que se me da el exhibicionismo. Ahora o nunca, me toca hacer el show delante de la cámara, me hago el remolón, cierro los ojos, tenso todos los músculos de mi cuerpo para que sea como un muro, incluso para mí mismo. Eric intenta animarme el pobre — "Relájate y disfruta del proceso," "conecta con tu cuerpo, tócate las partes que te gustan; siéntete bien" — pero nada de lo que él dice me puede hacer olvidar que no me gusta la pinta que tengo ahora mismo.

Cuando tengo un buen día, siento que soy más o menos atractivo, y cuando tengo un mal día, me miro en el espejo y disecciono lo que veo al igual que un robot en una peli de ciencia-ficción analiza la realidad que hay alrededor de él. De repente tengo visión de rayos infrarrojos, me escaneo de pies a cabeza, analizando los datos antes de crear una barra a la derecha con las anotaciones de todos los defectos: el Terminator de mi autoestima. Hoy, los gráficos de mis pectorales y de mis brazos están calculando la reciente pérdida de peso y de masa muscular, y me dicen que soy demasiado flacucho para ser sexy. Gracias a la dismorfia corporal, la actitud voluble de mi cerebro hacia mi cuerpo se ha convertido en algo aún más precario ahora que la pandemia ha cancelado todos los eventos de cuero, los espacios de juegos y las reuniones de la comunidad fetichista, que se habían convertido en una fuente importante de autoestima para mí — esos lugares en los que el contacto físico con otra persona me permite sentir que me ven, que soy real.

Como el fetichismo es una forma de experimentar mi sexualidad con más intensidad, me reafirma en quien soy, pero amplificado. Ahora que estoy en cuarentena, tengo periodos en los que hasta me dan envidia los vídeos porno. Me quedo mirando con ternura mientras los personajes de un grupo de 20 personas se empiezan a tocar con el mismo abandono que una bola Katamari de carne humana. Ver como un chico intenta respirar mientras su Amo le folla y le deja sin aire con sus propias manos me hace pensar, "qué suerte tienes, cabrón, puedes disfrutar del contacto humano."

Todo el tiempo oigo que la gente dice que COVID-19 nos está enseñando a todos cómo vivir con nosotros mismos. Pero la cosa es que: no me ha tocado vivir conmigo mismo solo durante este confinamiento — me ha tocado vivir conmigo mismo para siempre. A pesar de todas las cualidades dominantes que tengo en el mundo del BDSM, no soy capaz de dominar los sentimientos de des-sexualización que se perciben en el distanciamiento social. No tengo ninguna alternativa para esa fuente de energía única y de conexión que tengo gracias al hecho de sentir el calor del cuerpo de otra persona, pero esta pandemia parece ser una oportunidad tan buena como cualquier otra para averiguarlo. Quizás, en ese caso, el primer paso que debo dar es aprender a cómo inspirarme al ver en la ventana mi reflejo en la esquina de la pantalla cuando estoy en una videollamada. Debo luchar contra el deseo de cerrar mis ojos, disipar la bruma, sin encogerme de miedo, hasta encontrar una versión de mí mismo que finalmente pueda ver.

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